Hace una semana expresé
en mi Facebook lo siguiente:
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“Cuando
le cuentas un problema a alguien, le estás dando el derecho a que
opine sobre ello. Por lo tanto, si la respuesta que te dan no es de
tu agrado, no te enfades con el otro, recuerda que tu preguntaste
primero por su opinión. Si no quieres escuchar determinadas cosas,
no preguntes; es así de simple.”
Como
todo en esta vida, ha suscitado posturas a favor y posturas en contra
en torno al hecho de si como amigos debemos escuchar pacientemente
sin opinar o por el contrario dar una opinión como amigos y
expresarnos libremente.
Cuando
posteé mi idea, iba más en torno al hecho de que como amigos o
familiares parece que hay una norma impuesta que es la de “escuchar
hasta el infinito y pacientemente” y yo me pregunto ¿acaso el que
habla nunca se cansa?
No
todos somos iguales, eso es más que evidente ya que en la diversidad
está el gusto, pero... ¿podemos llegar a ser tan ególatras,
egocéntricos o narcisistas para estar 24 horas, 7 días a la semana,
365 días del año hablando de aquello que nos preocupa sin tener en
cuenta al oyente? Pues parece que algunos sí...
Parece
que jamás se preguntan cómo está la persona que los escucha, si
necesita algo, si está teniendo un buen día... etc Quizás para
dejar su conciencia tranquila, hagan la típica pregunta de cortesía
de “¿Cómo estás?” y cuando la otra persona haya hablado 10
minutos (o incluso menos), con un movimiento rápido retomarán de
nuevo la conversación centrándose en sí mismos y en sus problemas.
Seguro que todos conocemos a alguien así.
Pues
bien, lo que jamás dejará de sorprenderme es que este tipo de
persona, que está hablando de sí mismo durante todo el tiempo, a
la que tú escuchas pacientemente siempre sus problemas, la
aconsejas, la vuelves a aconsejar, la guías, la orientas... sigue
igual. Sigue exactamente en el mismo jodido punto que hace meses o
años. Y, para los que todavía no se hayan querido dar cuenta les
haré el descubrimiento del día y completamente gratis: la paciencia no es infinita. Así que, llegado un buen día, el amado oyente que
ha escuchado pacientemente durante mucho tiempo, llega un día en que
su paciencia se agota o quizás opta por otra estrategia y deja de
ser sutil para ver si con un golpe de hacha el/la amigo/a en cuestión
espabila y cambia. Ese día, el oyente deja de lado las palabras
amables, el cariño y la sutileza para decir la verdad de una forma
más directa y dura con el fin de buscar una reacción en la otra
persona. Reacción dicho sea de paso, que el que habla siempre
manifiesta querer llevar a cabo...(“querer llevar” que no es lo
mismo que “ponerse a ello” lo que confirma seguir en el
mismo punto de pasividad).
Y
aquí es cuando el momento llega al clímax: el hablante escucha lo
que antes se había negado a escuchar, ve la cruda realidad y... se
enfada con el oyente! Sí señor! Esta es la parte que más me
impresiona. Nos enfadamos. No somos capaces de hacer acto de
conciencia y pensar que tal vez lo que nos están diciendo no está
tan lejos de la verdad como lo sentimos la primera vez que lo escuchamos, pero claro, el orgullo y el ego es muy grande y todo lo sentimos como un ataque y no
como una mano que ayuda.
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Lo
más irritante es que cuando nuestro oyente usaba palabras dulces y
nos escuchaba durante largas horas, era la mejor persona del mundo.
Pero el día en que nos dice, exactamente lo mismo pero usando otras
palabras, ya deja de ser esa persona tan maravillosa. O quizás es
que ¿es muy duro enfrentarnos a la verdad que nos negamos y es más
fácil enfadarse con los demás que con nosotros mismos y nuestras limitaciones?
No
sé... quizás es que... yo tampoco entiendo mucho... y me esté
equivocando y debamos escuchar hasta que nos sangren los oídos y a
los otros hablar hasta que se les seque la lengua. Pero eso sí,
¡como amigos siempre, con una sonrisa en los labios y con la
paciencia infinita!
Navegando por la red encontré este artículo sobre los Vampiros Energéticos. Lo encontré bastante interesante :)
Gracias por leerme. Bikos
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