martes, 25 de junio de 2013

Espacio Vital

Hace un par de semanas tras mi último encuentro con (la) Esperanza, hice un descubrimiento muy doloroso sobre mi misma: mi falta de espacio y como lo cedí y lo dejé ir con el paso de los años.

Siempre he sido de la opinión que buena parte de lo que somos se debe al ambiente en el que hemos vivido y a la educación que hemos recibido, tanto de la familia como de la sociedad en la que hemos nacido. Se podría decir, desde mi punto de vista, que un 10% de la personalidad viene dada por unas habilidades, aptitudes, actitudes y potencialidades con las que hemos nacido y el otro 90% restante lo conforma el hecho de que, la esencia con la que hemos nacido se desarrolle en mayor o menos medida, según las adversidades, entorno, ambiente y circunstancias que hemos vivido a través de nuestra familia y nuestro proceso de socialización.

Fuente: Morguefile
Desde que nacemos, dentro de nuestra familia, tenemos un rol específico que nos ha sido asignado o que muchas veces nos hemos colgado nosotros. Puede que nos identifiquemos con el rol, puede que no, puede que vayamos aceptándolo, puede que no, puede que nos marquemos otro distinto, puede que no... Todo encierra cierta dualidad y lugar a discusión y discernimiento según la opinión personal. Lo que está claro es que, en mi caso, una parte de mi personalidad se creyó y se identificó con ese rol impuesto y otra no, pero jamás escuché a la que se negó (hasta hace cuestión de unos años atrás... pero el daño ya estaba hecho...)

El rol viene con un espacio, un espacio que se materializa dentro de nuestra casa. Hay una parte de nuestra casa que cada persona siente como “SUYA” y es en esa parte en la que se siente cómoda. Es su parte favorita de la casa, es donde se relaja, es su paraíso personal. El lugar al que acudimos a refugiarnos cuando algo no nos sale bien, el lugar donde pensamos, el lugar donde refrescamos nuestro espíritu.

El problema está cuando tu espacio es la ausencia de espacio. ¿Qué pasa cuando no hay un lugar perfectamente definido, por muy pequeño que sea, que sientas como propio, como tu territorio personal e intransferible? Pues bien... ese fue mi gran y doloroso descubrimiento. Mi falta de espacio único e intransferible dentro de mi hogar. No hay ninguna habitación en la casa que sea MÍA, que contenga SOLAMENTE MIS COSAS. Todos y cada uno de los espacios que pensaba que eran míos a lo largo de los años, han estado compartidos. Incluso compartiendo, mi mitad de la habitación no era sólo mía. También esa mitad tenía cosas de otra persona.
Fuente: Morguefile

Dentro de la Antropología se ha estudiado la distancia entre las personas cuando interaccionan entre sí. Esto se conoce como Proxémica o Espacio personal. Por lo tanto, el que desde pequeños contemos con un espacio en el que establecer ciertos límites de interactuación con los demás miembros de la familia, también marcará los límites dentro de los cuales nos moveremos en nuestro espacio personal a la hora de relacionarnos con los demás fuera del entorno familiar. Además, el contar con este espacio en nuestro hogar, se creará un apego a nuestras raíces, a donde procedemos, una identificación, quienes somos... que evolucionará en un desapego positivo cuando llegue el momento de establecernos de forma independiente. El que previamente hayamos tenido nuestro microuniverso personal contenido en un espacio de la casa, nos permitirá recrear con mayor facilidad ese universo, que no es más que el reflejo de nuestra esencia más pura, en otro lugar y quizás, si es posible, expandirlo.

No obstante, cuando no se cuenta con este espacio personal en el que podemos ser nosotros mismo y refugiarnos cuando lo necesitemos, lo que se producirá será una sensación de desarraigo porque es como si nuestro rol o papel en la familia no estuviera claramente definido. Sin un lugar propio es como si no fuéramos del todo miembros de la familia. ¿A quién no le gusta tener sus cosas como siempre las hemos querido tener?, ¿quién no busca ese lugar donde estar sin que nadie lo moleste? Todos necesitamos esa pequeña fortaleza en la que erigirnos reyes o reinas de nuestra vida.

Al descubrir que durante años he cedido mi espacio vital a otros miembros de mi familia, compartiendo siempre ese lugar que creía mío, me he dado cuenta de muchas cosas dentro de mis relaciones con los demás. Haciendo introspección y recordando los años vivido, me he dado cuenta que no sólo he dejado que los demás hayan entrado a tomar como propio mi espacio físico, sino también mi espacio íntimo. En mis relaciones con los demás, siempre lo he contado todo, lo he compartido todo y lo he dado todo porque sentía que era mi deber para con los demás. Pensaba (hasta no hace mucho) que tener secretos era negativo, así que... nunca ha habido una parte de mi que los demás no conocieran. Si no es uno, es otro, pero alguien sabe más de mi de lo que a mi me gustaría y es, simplemente, porque yo le he ido cediendo mi espacio y la otra persona se ha ido expandiendo.

El tema es que... aquí es cuando también entra en juego la esencia que conforma ese 10% de nuestra personalidad y como esa parte que no está de acuerdo (y a la que a veces finjo hacer oídos sordos) se manifiesta en forma de ansiedad, apatía, tristeza, angustia... ya que ve que continuo siendo como no quiero ser. Cuando llega este momento, es cuando el reclamar espacio vital es más que una necesidad y me lo tomo, pero quizás no de la mejor forma. A falta de tener un espacio físico y harta de que los demás se expandan dentro de mi espacio vital, me aíslo. Me voy, desaparezco, me vuelvo antisocial, no quedo, no quiero ver a nadie, la compañía de los demás me molesta y me irrita, contesto mal, estoy susceptible e irascible... y un largo etcétera de un montón de cosas que os podéis imaginar.


Así que... así estoy ahora. Viviendo en modo huraño, hasta encontrar el camino que me lleve de nuevo al medio (aunque intuyo que tendrá que ver con crear ese minúsculo espacio que sea mío dentro de mi casa... algo no tan fácil pero no imposible...)

Gracias por leerme. Bikos

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